martes, 11 de noviembre de 2014

De islas de piratas a superdepredadores

Sigo dónde lo dejé la última vez...

Finalmente logré salir de Mananara de la forma menos prevista, por barco. Existe una línea local de barcos que efectúa el recorrido, sin embargo sus idas y venidas son aun más imprevisibles que las de los taxi-brouse. La casualidad quiso que llegase del sur una de estas embarcaciones a la que me pude añadir en su ruta hacia el norte y alcanzar así Maraontsaetra.




Maraontsaetra está en el lejano noreste de Madagascar, muy muy aislada de no ser porqué tiene un pequeño aeropuerto. Es el lugar al que uno debe ir si quiere explorar el parque nacional de Masaola o la isla de Nosy Mangabe. Desgraciadamente, mis tribulaciones anteriores me dejaron con poco tiempo para adentrarme en Masaola, lo que me hubiese llevado un mínimo de 3 o 4 días, así que decidí dejarlo para la próxima vez y centrar mis esfuerzos en Nosy Mangabe.

Nosy Mangabe es la típica isla selvática de las películas de piratas. Por cierto, se sabe que la isla sirvió de refugio real a los piratas cuando estos campaban a sus anchas por las aguas del Índico.  Su atractivo principal, además de tratarse de una isla tremendamente idílica y moderadamente pequeña (en tres horas puede subirse a su colina central y descender a la playa opuesta) es la presencia en su selva del Leaf Tailed Geko, un fascinante reptil auténtico maestro del camuflaje, y del camaleón más pequeño del mundo. El especial atractivo que tiene la isla para estas especies es la falta de parte de sus depredadores naturales (algunas aves)  lo que hace que se encuentren en mayor medida.

Por el camino he conocido a un pareja de holandeses de mi edad, Martin y Katja. Resultan ser gente encantadora y divertida a la par que grandes viajeros y, puesto que llegar a Nosy Mangabe es algo caro debido al barco que hay que alquilar, decidimos compartir ruta unos días. No acostumbro a compartir partes del viaje, puesto que hacer fotos y compartir viaje con otros viajeros acostumbran a ser actividades poco compatibles. Sin embargo, al ver el buen talante que tenían y la posible independencia mutua que podíamos tener en a isla decidí hacer una excepción.












 Los días en Nosy Mangabe han sido fructíferos, aunque al final, como era de esperar, me dejé llevar un poco y acabé trabajando algo menos de lo que me hubiese gustado. Sin embargo la experiencia ha sido fantástica. La isla era nuestra, no había nadie más allí. Acampamos en la playa, teníamos una cascada como ducha, y dedicábamos nuestro tiempo a subir la colina principal de la isla, a buscar animales, a bañarnos en el mar o en la cascada cuando el calor apretaba o a charlar en la playa. Una conversación llevaba a otra y Martin me contó que hizo un fundación para ayudar a niños en orfanatos de china y que actualmente funciona muy bien. Estando en un entorno tan incomparable y rodeado de gente de este calibre me vinieron a la mente las palabras de Javier Reverte en su libro Vagabundo en África: “Lo mejor de los viajes es ver paisajes que te hipnotizan y encontrar hombres que te sorprenden. Siempre hay paisajes insospechados que añorarás mientras vivas y siempre hay tipos de una pieza con los que te tropiezas en el camino, a los que no volverás a ver jamás y echarás de menos toda tu existencia“.

Acabado nuestro tiempo en Nosy Mangabe compartimos espera en el aeropuerto. Casualidades de la vida, tanto ellos como yo teníamos un vuelo reservado el mismo día aunque con destinos distintos. Fuimos con mucho tiempo al aeropuerto porqué mucha gente nos había dicho que los aviones pueden salir antes de la hora prevista. Visto lo visto con los transportes del país ya no me sorprendería nada. Sin embargo, como era de esperar, mi vuelo hacia Tana acabó saliendo unas 3 horas tarde…




En Tana pasé noche y poco más ya que me volvió a tocar jornada de taxi-brouse para alcanzar la costa oeste del país. Tras el largo viaje a Morondava mi destino quedaba más cerca: el bosque de Kirindi, donde me dediqué a la búsqueda del Fosa, el mayor carnívoro de la isla.





Cuando la gente oye hablar de Madagascar acostumbra a asociar dos conceptos: África y fauna. En realidad no es el paradigma de ninguna de las dos cosas. No se conoce muy bien como sucedió la colonización de Madagascar, pero parece muy claro que fué tanto africana  como malayo-polinesia (si, habéis oído bien, el como, ni idea). Varios aspectos culturales, desde el uso de instrumentos a la lengua, defienden este origen. Y es patente que los rasgos asiáticos están muy presentes en la población, especialmente en la costa este, más asiática que la oeste, en que los rasgos son más parecidos a los del África central. En cuanto a la fauna, no se debe olvidar que el animal salvaje más grande que puede verse en Madagascar no es mayor que un perro mediano, así que no tiene nada que ver con la profusión de grandes mamíferos de las sabanas de la vecina África continental. Sin embargo, prácticamente todo lo que vive en Madagascar lo hace solamente aquí, así que uno puede sentirse privilegiado de contemplarlo.


En estas meditaciones me encontraba en Kirindi mientras buscaba el fosa. El clima en esta costa es extremadamente caluroso (en la época seca). Se trata del Dry forest, muy diferente del rainforest de las zonas más húmedas de la isla. El bajobosque del dry forest es tupido y encontrar algo aquí es tarea difícil. Sin embargo, tenía controlado el territorio del fosa y era la mejor época para verlo aunque mucha gente a quien pregunté por el camino no había logrado verlo. Me lo tomé con calma y después de caminar por al zona bajo un sol de justicia y un calor francamente agobiante, decidí sentarme en lo que consideré una zona propicia de paso para el fosa. No tuve que esperar mucho para oír algo moverse entre la maleza. No lograba ver que era, pero ¿que otra cosa podía ser? Oí como se acercaba y finalmente apareció. Su pelaje de bello color miel y su larguísimo y musculoso cuerpo de aspecto extrañamente felino no dejaban lugar a dudas, era un fosa macho.  Apareció con un caminar indolente y pasó a escasos metros de donde estaba. Me lanzó una mirada fugaz, no me atrevo a decir ni tan solo que me examinara, y siguió su camino sin prestarme la mayor atención. Tomé algunas fotos rápidas. Intuí que lograr algo mejor iba a ser difícil dado el tipo de hábitat. 




Dediqué el día a seguirlo hasta que, poco a poco, me toleró a menor distancia y me permitió entrar en su mundo. Se trata de un animal increíble, más pequeño que un border collie, pero que desprende una fuerza, elegancia y seguridad increíbles. Él es el depredador supremo allí, no tiene rival, es temido y lo sabe. Muestra aires de león y, pese a su tamaño, me infunde el mismo respeto y las mismas sensaciones que sus equivalentes continentales. El tiempo que pasé con él fué maravilloso. Lo ví subir y bajar de los árboles (baja cabeza abajo, lo que supone una destreza y fuerza nada despreciables) con una agilidad increíble. No hay que olvidar que se alimenta, entre otras cosas, de lémures, así que hay que suponerle unas artes y cualidades excelentes para atraparlos. Finalmente, después de muchas horas, estuvimos bien acostumbrados el uno al otro, y acabé pudiendo sentarme a escasos tres o cuatro metros y aproveché para tomar alguna foto aceptable entre la maraña del sotobosque del incómodo dry forest.






6 comentarios:

  1. Impresionante Joan.
    Espectacular viaje y enhorabuena por las fotos del fosa, un animal muy difícil de fotografiar.
    Suerte en el resto de tu viaje.
    Xavier Ortega

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    1. Gracias Xavier, si, el fosa no es fácil por el hábitat que frecuenta, pero que te voy a contar. Tu también las habrás visto de todos los colores y al final acabas sacando alguna no? Con paciencia y tiempo...

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  2. Ei Joan. Ho estàs bordant. Ja saps que a mi em costa fer afalacs però és que amb aquests relats i aquestes fotos estic bocabadat.

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    1. Gràcies Joan, m'alegro molt de que t'egradin. Venint de tu, l'afalac és doble! Gràcies!

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