En mi última crónica os ponía al día de mi, por aquel entonces,
recién iniciada colaboración con la Universidad de Helsinki en Ranomafana. Sigo
trabajando con ellos y los últimos días los hemos pasado acampados en la zona
limítrofe del Parque Nacional. El objetivo era recolectar datos sobre la
biodiversidad de la zona y compararlos con datos obtenidos en la campaña
anterior realizada en el interior del parque nacional. Además, se añade a esta
parte del estudio la recolección de datos a partir del conocimiento de la
biodiversidad de las comunidades locales. Se trata de un tema interesantísimo
llevado a cabo por el investigador Álvaro Fernández-Llamazares y que permite
recolectar datos con significación estadística a partir de entrevistas y otros
métodos de recolección de información en las comunidades. No quiero extenderme
aquí con este tema, pero es algo que me ha fascinado. Objetivos del estudio a
parte, la interacción con las comunidades locales moderadamente aisladas es
siempre algo estimulante. En la zona del estudio y en la comunidad no pueden
llegar los coches, así que el acceso lo hicimos a pié durante varias horas y,
debido a la inmensa cantidad de material necesario para la realización del
estudio y la manutención del equipo durante una semana, acompañados de 50
porteadores… (recordad que, si queréis, podéis hacer click en las imágenes que más os gusten para verlas más grandes)
Volviendo a las comunidades, aquí os dejo algunas fotos de,
por ejemplo, la reunión inicial en que se pidió formalmente permiso al rey (así
se autodenomina el líder de la comunidad) para la recolección de datos en los
bosques circundantes y para la interacción con la propia comunidad. Todo fluyó
correcta y amigablemente y se nos dió permiso a todo, con las excepciones de
rigor, como, por ejemplo, la prohibición de adentrarse en algunos de los
bosques de noche o de recolectar nada en alguno de ellos por ser sagrados. Este
tipo de supersticiones son algo común en Madagascar, reciben el nombre
colectivo de fadys y son parte intrínseca de la cultura malgache.
La vida en el campamente transcurrió felizmente. Se trabajaba
duro y se disfrutaba a partes iguales y, aunque no había lujos, la presencia de
un rio que permitía incluso nadar se agradecía y proporcionaba agradables
descansos.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. No hace falta
recurrir a la estadística para comprobar que el impacto en la biodiversidad es
grande y las diferencias dentro y fuera del Parque Nacional son notables. Para
más inri, cada noche disfrutamos de tremendos incendios que expoliaban más y más
terreno al bosque. Esta práctica, roza y quema, se conoce aquí como Tavy, y
tiene doble función: Por un lado, proporciona terrenos a la agricultura a corto
plazo (en pocos años esos terrenos quedan inservibles) y por otro lado
satisface la superstición local de que los dioses enviaran lluvia para apagar
los fuegos. Como podéis ver en las fotos, se trata de un espectáculo terrible
que, a veces, ocurría preocupantemente cerca de donde acampábamos.
Durante estos días me he dedicado a reportar todo esto que os
cuento, pero he también he dispuesto de algún tiempo libre para tomar algunas
fotos de paisajes, gentes y animales.
Especialmente bonita me pareció la Comet moth, una mariposa
nocturna de descomunales dimensiones y exagerados colores que no es difícil de
ver por estos lares, aunque no por ello deja de ser menos espectacular. También
los famosísimos lémures cata o los bonitos tejedores, que construyen
espectaculares y elaboradísimos nidos colgantes en tan solo tres días de
intenso trabajo.
Ahora mismo acabo estas líneas en el avión de vuelta. Rememorando momentos y haciendo recuento de las experiencias vividas en estas cuatro semanas en Madagascar. Me quedo con su extraña y espectacular biodiversidad en los lugares en los que aun se preserva, con la amabilidad de sus gentes, con los largos (y a veces duros) paseos por la selva, con mi tiempo en ValBio con la gente de la Universidad de Helsinki, con mis charlas sobre primates por el bosque con Patricia Wright pero, sobretodo, con las fantásticas personas encontradas en el camino. Vosotros, los aludidos, sabéis quienes sois, aunque la mayoría probablemente no entenderéis estas palabras en castellano…
Para acabar estas crónicas os dejo la última foto que
tomé, en mi última mañana en el bosque, y en la que la caprichosa naturaleza
decidió deleitarme con un amanecer entre nieblas: mis preferidos en la selva y
que ahora hacía días que no veía. Ha sido su regalo de despedida.
Finalmente me despido agradeciendo a todos aquellos que os habéis tomado el tiempo de leer algunas de estas crónicas (o todas) y que habéis compartido vuestras opiniones. Es un verdadero placer compartir estas experiencias con vosotros y leer vuestros comentarios. Espero que os haya podido transmitir, un poco al menos, el devenir del viaje. Aprovecho también para comunicaros, por si fuese de vuestro interés, que en el número de diciembre de National Geographic aparece una foto mía y una noticia, haciendo referencia a las fotos y esfuerzos de conservación llevados a cabos con los tarseros de indonesia y filipinas en colaboración con la universidad de Kansas.